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domingo, 27 de enero de 2013

RUBÉN MARTÍN DÍAZ: EL DON DE LA PALABRA.

Hace unos días mi buen amigo (y mejor poeta) Rubén Martín Díaz presentó su libro "El Mirador de Piedra" y para tal ocasión, yo había escrito unas palabras sobre su obra que, finalmente, no pude leer porque mi bebé estaba hospitalizado y ni la más magnífica de las veladas poéticas puede separarme de ella (aunque he de reconocer que sentí mucho perdérmelo).

Hoy todo está bien y libero en este espacio aquellas palabras para que vuelen hasta la pluma de barro de Rubén:



RUBÉN MARTÍN DÍAZ: EL DON DE LA PALABRA.

En una ocasión, Gabriel García Márquez dijo que los escritores leemos las obras de los otros sólo para averiguar cómo están escritas. En cierto modo es verdad, no nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página, sino que la volvemos del revés para descifrar las costuras. De alguna manera imposible desarmamos los poemas en sus piezas esenciales y los volvemos a armar con la esperanza de haber descubierto los misteriosos entresijos de su relojería personal.

Lo que Gabriel García Márquez no dijo es que hay libros tan bellos en su fondo y en su forma que hasta un escritor, al leerlos, se olvida de las costuras, se olvida de la estructura, de medir versos, y deja que las palabras penetren en el corazón con el misma ritual mágico y silencioso, con el que va horadando, el agua, la roca.

"El Mirador de Piedra" consigue ésto, consigue hacernos sentir que la Naturaleza es un poema escapado de la pluma de Rubén Martín Díaz. El bosque, las piedras, la bóveda azul del aire, son versos que se engarzan -como pequeñas gemas brillantes- en la lírica de este libro. De la poesía de Rubén emana una luz sin artificios, una claridad que ilumina los pequeños detalles de la existencia; esos instantes que fueron suyos y que ahora nos regala, para siempre, en forma de palabra escrita.

"El Mirador de Piedra" es un himno vital a la alegría, una invitación a olvidarse felizmente de uno mismo. Una invitación a contemplar y ser contemplado, a asombrarse, a ser uno con lo viviente, y a disfrutar la vida que se derrama, como fina lluvia, en cada página. La locura de vivir arde dentro de estos versos dejando en el pecho del lector la calidez de un sol de mediodía.

Este libro confirma lo que "Contemplación" y "El Minuto Interior" ya revelaron: que Rubén Martín Díaz tiene el don de la palabra.




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